2 Corintios 7:10 (RVR1960) Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación, de que no hay que arrepentirse; pero la tristeza del mundo produce muerte.
El corazón de Pablo latía con dolor cuando escribió estas palabras. Para entender su angustia, necesitamos conocer algo que muchos cristianos ignoran: Pablo había escrito al menos cuatro cartas a Corinto. Antes de "1 Corintios" hubo una carta perdida (mencionada en 1 Co 5:9). Después de "1 Corintios" escribió otra carta severísima, "con muchas lágrimas" (2 Co 2:4), tan dura que se arrepintió de haberla enviado. Esa carta dolorosa también se perdió, y "2 Corintios" es su respuesta al gozo de ver cómo esa dureza produjo arrepentimiento genuino.
Pablo había tenido que confrontarlos con una firmeza que le dolía en el alma. No porque lo que había dicho fuera incorrecto, sino porque conocía el profundo dolor que les causaría. Imagínate su conflicto interno: por un lado, el amor pastoral que lo impulsaba a proteger a sus hijos espirituales; por el otro, la necesidad de ser fiel a la verdad de Dios, aunque eso significara herirlos. Era la angustia de un padre que debe disciplinar al hijo que más ama.
Pero algo hermoso sucedió. La carta severa de Pablo no los destruyó; los despertó. Su tristeza no los hundió en la desesperación, sino que los llevó a un lugar sagrado: el arrepentimiento genuino.
Pablo descubrió algo que nosotros también necesitamos entender: no toda tristeza es igual.
La tristeza del mundo es aquella que gira alrededor de nosotros mismos. Es el pesar por haber sido descubiertos, la vergüenza por las consecuencias que enfrentamos, el dolor por cómo nos afecta el fracaso. Esta tristeza es un círculo vicioso que nos arrastra hacia abajo, alimentando la autocompasión hasta convertirnos en prisioneros de nuestra propia amargura.
La tristeza según Dios es completamente diferente. Nace del reconocimiento profundo de que hemos ofendido a un Dios santo, de que nuestras decisiones han lastimado a otros, de que hemos fallado al llamado que tenemos como sus hijos. Esta tristeza no nos mira a nosotros, sino que mira hacia arriba y hacia afuera.
Los corintios experimentaron este segundo tipo de tristeza. No se quedaron revolcándose en la culpa, sino que se levantaron con un celo santo para corregir el rumbo. Su dolor se convirtió en el instrumento que Dios usó para sanarlos.
Hermano, hermana: cuando falles, y fallarás porque somos humanos, habrá tristeza. Pero tú puedes decidir qué tipo de tristeza será. ¿Será la tristeza estéril del mundo que te hunde en la desesperanza, o será la tristeza fructífera de Dios que te lleva de vuelta a sus brazos?
El arrepentimiento verdadero no es solo sentir pena; es cambiar de dirección. No es solo lamentar las consecuencias; es aborrecer el pecado que las causó. No es solo prometer hacerlo mejor; es permitir que Dios transforme nuestro corazón.
La próxima vez que te encuentres en ese lugar de dolor por tus errores, recuerda a los corintios. Su tristeza se convirtió en restauración porque la dirigieron hacia Dios y no hacia ellos mismos.
---
Oremos: Padre celestial, cuando mi corazón se quiebre por mis faltas, ayúdame a distinguir entre la tristeza que viene de ti y la que viene del mundo. Que mi dolor no sea el lamento egoísta de quien solo se lamenta por las consecuencias, sino el quebrantamiento genuino de quien reconoce haberte ofendido. Usa mi tristeza como el instrumento de tu gracia para traerme de vuelta a ti, limpio, restaurado y listo para servirte con un corazón renovado que está siendo transformado y santificado. En el nombre de Jesús, amén.
Temas:
Devocional