La fe cristiana no es una filosofía ni un sistema de pensamiento. Es una relación con Dios, y todo lo que creemos comienza por quién es Él.
En la Biblia descubrimos que Dios no está solo: desde siempre ha vivido en comunión. Un solo Dios, pero en tres personas distintas —el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo—. No son tres dioses, ni tres formas de ser de Dios, sino un solo Señor en tres realidades personales, coeternas e iguales (1 Corintios 8:6; Juan 1:1,14; Hechos 5:3-4).
Este misterio no se inventó en un concilio ni se desarrolló con el tiempo. Está escrito en las Escrituras desde el principio.
Cuando leemos Génesis 1, vemos al Espíritu moviéndose sobre las aguas. En Juan 1, sabemos que el Verbo —el Hijo— estaba desde el principio con Dios y era Dios (Juan 1:1). Y en Mateo 28, Jesús envía a sus discípulos a bautizar en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, usando un solo nombre para los tres (Mateo 28:19).
La Biblia nos muestra que Dios es Padre, Dios es Hijo y Dios es Espíritu Santo (Deuteronomio 6:4; Tito 2:13; 1 Corintios 3:16). Pero también reconocemos que el Hijo no es Padre, aunque sí es Dios, y el Espíritu no es Padre, pero también es Dios. Esto no divide a Dios, sino que lo declara completo, personal y verdadero.
El término “Trinidad” no aparece literalmente en la Biblia, pero resume con precisión lo que las Escrituras enseñan: un solo Dios en tres personas. Fue usado por primera vez por algunos escritores cristianos del siglo II, como Tertuliano, para expresar de manera clara y fiel lo que ya se creía y se vivía en la iglesia primitiva.
A veces buscamos analogías para entender mejor este misterio. Una puede ser la luz blanca, que contiene tres colores primarios —rojo, verde y azul—. Separados, tienen su propio lugar y función; juntos, forman una sola luz. Claro, esta comparación tiene límites, pero nos ayuda a ver cómo algo único puede tener una estructura interna rica, compleja y armoniosa.
Por eso, la Trinidad no es un acertijo para resolver, es una verdad para adorar. Nos dice que Dios no es distante ni solitario. Es amor, y ese amor existe desde siempre entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (Juan 17:24; Romanos 15:30; Efesios 2:18).
Al aceptar esta doctrina, no complicamos nuestra fe, sino que descubrimos quién es realmente el Dios que nos ama y salva.
La Triunidad es un misterio revelado. Ningún error puede oscurecer esta verdad. Arrianismo, modalismo, subordinacionismo, patripasianismo, sabelianismo, unitarismo y todas las herejías contra la Trinidad caen frente a la claridad de la Palabra: Dios es uno en esencia, tres en persona. Así lo creemos, así lo confesamos.