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Devocional Diario: Biblia para Vivir
Cuando Jesús lo vio acostado y supo que llevaba ya mucho tiempo así, le dijo: "¿Quieres ser sano?" — Juan 5:6 (RVR1960)
Casi todos responderíamos con urgencia: "¡Claro que quiero ser sano!" Cuando sufrimos enfermedades, luchamos con la depresión o el rencor, parece innecesario que Dios nos pregunte si deseamos ser libres. Pero Jesús se detiene ante un hombre que llevaba treinta y ocho años paralítico —treinta y ocho años postrado, atado no solo a su camilla, sino a la esperanza cansada de cada día. Cristo le pregunta algo que, de tan obvio, incomoda: ¿quieres ser sano?
Jesús mira algo más que las piernas inmóviles. Ve la resignación, la desconfianza, la costumbre del sufrimiento. Con el paso del tiempo, hay dolores y heridas que están con nosotros tanto que se siente raro pensar en la vida sin ellas. Algunos llegamos a acostumbrarnos al peso de la tristeza, el resentimiento o la soledad; no porque los deseemos, sino porque ya forman parte de cómo vemos el mundo.
He visto historias similares en la vida real. Algunos expresidiarios, tras muchos años encerrados, reciben la carta de libertad y, en lugar de salir contentos, titubean. Allá afuera ya no hay nadie esperándolos, la sociedad es dura, y el miedo a comenzar de nuevo es tan grande que prefieren regresar a la rutina conocida del encierro. Así muchos se quedan en su propio encierro interior, incluso con la puerta abierta.
El hombre del relato responde: «Señor, no tengo quien me meta en el estanque cuando se agita el agua; y mientras yo voy, otro desciende antes que yo» (Juan 5:7, RVR1960). Hay tristeza, resignación y temor de intentar de nuevo, temor a ilusionarse y volver a fracasar. Todos, en algún momento, hemos sentido que es más sencillo quedarnos donde estamos, aunque no seamos realmente felices ni libres.
Recuerdo a un hombre que conocí: un exmarero que quedó paralítico tras una bala en una pelea entre pandillas. En su dolor buscó a Dios y, luego de años, recibió el milagro de ponerse de pie en una campaña evangelística. Prometió servir a Dios. Y, meses después, otra bala acabó con su vida en otra pelea de pandillas. Su historia me sigue confrontando y debería confrontarnos a todos: ¿qué haré si Dios me sana?
Por eso la pregunta de Jesús tiene tanto sentido: ¿Por qué quieres ser sano? ¿Qué harás con tu sanidad? Si Cristo te perdona, ¿serás capaz de perdonar a esa otra persona? Si Dios te libra de aquella atadura, ¿usarás esa libertad para comenzar de verdad una nueva vida?
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Oremos: Señor Jesús, muéstrame si ha habido heridas, resentimientos o temores que he terminado abrazando y han llegado a ser parte de mi vida. Perdoname, si existen cosas tan malas que ya las he aceptado como normales para mí. Hoy escucho tu pregunta, y quiero responder con sinceridad: sí, quiero ser sano. Y dame el valor para abandonar mi pasado, caminar hacia lo nuevo y vivir en la libertad que solo tú das. Amén.
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